lunes, octubre 02, 2023

Stalin-Beria. 1: Consolidando el poder (21): Ni Marx, ni Engels: Stakhanov

La URSS, y su puta madre
Casi todo está en Lenin
Buscando a Lenin desesperedamente
Lenin gana, pierde el mundo
Beria
El héroe de Tsaritsin
El joven chekista
El amigo de Zinoviev y de Kamenev
Secretario general
La Carta al Congreso
El líder no se aclara
El rey ha muerto
El cerebro de Lenin
Stalin 1 – Trotsky 0
Una casa en las montañas y un accidente sospechoso
Cinco horas de reproches
La victoria final sobre la izquierda
El caso Shatky, o ensayo de purga
Qué error, Nikolai Ivanotitch, qué inmenso error
El Plan Quinquenal
El Partido Industrial que nunca existió
Ni Marx, ni Engels: Stakhanov
Dominando el cotarro
Stalin y Bukharin
Ryskululy Ryskulov, ese membrillo
El primer filósofo de la URSS
La nueva historiografía
Mareados con el éxito
Hambruna
El retorno de la servidumbre
Un padre nefasto
El amigo de los alemanes
El comunismo que creía en el nacionalsocialismo
La vuelta del buen rollito comunista
300 cabrones
Stalin se vigila a sí mismo
Beria se hace mayor
Ha nacido una estrella (el antifascismo)
Camaradas, hay una conspiración
El perfecto asesinado 



Platonovitch, que firmaba Andrei Platonov y así se lo conoce, no era un antirrevolucionario; eso sí, era un procomunista al que no acababa de convencerle la colectivización. Su gran pecado, en todo caso, fue escribir una obra, Pedro el Grande, que fue criticada como exaltación de la monarquía. Platonov y Tarle estaban radicados en Leningrado, por lo que ambos fueron objeto de la purga organizada allí por la Sociedad de Historiadores Marxistas (aunque, en realidad, mejor haría en llamarse Sociedad de Licenciados en Historia Marxistas) en el año 1931. Planotov, acusado de monarquista y de nacionalista (porque, sí, para los comunistas ser nacionalista era un delito; cómo ha cambiado el cuento, ¿eh?) fue desterrado a la ciudad de Samara, más tarde renombrada Kuibyshev, a mamarla a orillas del Volga. Platonov moriría allí en 1933; por lo tanto, no llegó a tiempo para su renacimiento, que se produjo en 1937, en medio del Terror, cuando Stalin, en gran parte inspirado en la figura de Pedro el Grande, rehabilitó a muchos intelectuales que habían destacado las virtudes de lo que podríamos llamar el pedroelgranderismo, entre ellos Platonov y el propio Tarle, quien sí vivió para poder contemplar, con indudable placer supongo, cómo los que un día le habían llamado escoria y le habían deseado la muerte pública ahora le comían los huevos.

La revolución cultural soviética vino a suponer, en todo caso, colocar la propaganda y la ingeniería social soviética en manos de lo que con los años se conocería como la izquierda soviética, es decir, aquellos miembros del Partido que sostenían políticas más radicales desde un punto de vista ideológico; seres, como se acabará viendo en estas notas, que acabarían siendo labelizados como demasiado cercanos de palabra, de obra o de omisión, a Trotsky. Esto, tarde o temprano, tenía que terminar por molestar a Stalin, pues Stalin era un comunista fuertemente conservador, que recelaba de procesos muy izquierdosos por lo que podían suponer de lanzar dinámicas que luego nadie supiese parar. Él lo quería tener todo controlado.

Stalin, además, aunque resulte un tanto extraño decir esto, era un pragmático. Él lo que quería era lo mismo que había obsesionado a Lenin: que el momio que se había montado en 1917 aguantase, a pesar de ser un proyecto mafioso, extractivo, por el cual una estricta minoría pretendía vivir para siempre de la mayoría a base de contarle que eran la vanguardia revolucionaria y que sus pedos no olían. En junio de 1931, el propio Stalin comenzó a ponerle barreras a la revolución cultural en un discurso en el que vino a decir que para hacer de la URSS la primera potencia industrial mundial hacía falta todo lo que hubiera y que, por lo tanto, no tenía sentido andar persiguiendo a la gente por ser burguesa: si colaboraban en el cebado del PIB y no daban por culo con sus ideas, por él, como si eran anarcotomistas de género fluido.

Los izquierdistas, sin embargo, estaban por la hegemonía del proletariado, un punto más allá de la dictadura, que exigía la imposición de puntos de vista, estilos, temas y estéticas adecuadas; lo que viene siendo la ideología woke, sólo que con porras y bates de béisbol. La principal herramienta para esta política era, y siguió siendo durante mucho tiempo, la Asociación Rusa de Escritores Proletarios (aunque en algunos momentos mutaron de Proletarios a Antifascistas), bajo el mando total de Leopold Leodinovitch Abervakh. Abervakh, él mismo un buen ejemplo de ese proceso del escritor mediocre que trata de vencer su frustración haciéndose crítico literario, acuñó el principio “o amigo o enemigo”; principio que, en la práctica, significaba que el que no estaba de hoz y coz en la AREP, estaba contra ella. Este punto de vista le permitió atacar a algunas voces importantes del momento, que habían crecido gracias al abono nitrogenado de la NEP, como Boris Andreyevitch Wogau, conocido como Boris Pilniak; o Aleksei Nikolayevitch Tolstoi, este último incluso a pesar de que contaba con el apoyo del propio Stalin. 

La AREP le hizo servicios a Stalin; pero no podía gustarle porque era demasiado de izquierdas y, sobre todo, porque propugnaba cierta autonomía creativa, basándose en que eran los propios escritores los que tenían que alumbrar los presupuestos artísticos y estéticos bajo los cuales el buen escritor soviético haría sus creaciones. Finalmente, la AREP acabó enfrentándose con Stalin, no directamente sino a través de Kaganovitch, quien hizo un llamamiento para que los escritores apoyasen el proyecto de industria pesada. En 1931, Lev Zajarovitch Mehklis atacó a la AREP en Pravda; considerando los estrechos vínculos entre Stalin y Mehklis, es fácil estimar que no lo hizo por iniciativa propia. En 1931, Alexei Maximovitch Peshkov, normalmente conocido como Máximo Gorki, regresó a Rusia para vivir allí. Con Gorki en casa, Stalin decidió que ésa sería la espadaña de su acción literaria. Consecuentemente, el 23 de abril de 1932, en medio de un gran secreto, la AREP fue disuelta por el Comité Central del Partido, junto con otras organizaciones en materias artísticas; por todo lo largo y ancho de la cultura soviética se extendió con rapidez la instrucción de que la expresión “literatura proletaria” debía dejar de usarse. Se crearon organizaciones culturales nuevas, más abiertas a miembros no comunistas, como el propio Gorki. Sin embargo, al frente de la de escritores fue colocado Alexander Sergueyevitch Shchervakov, un devoto estalinista y buen conocedor de las necesidades de su jefe. Llevaba la tarea de crear eso que conocemos como realismo socialista.

En los primeros tiempos de Stalin se consolidó el sistema basado en el liderazgo, no sólo político, sino también económico y social de los llamados Comisariados del Pueblo, normalmente traducidos como ministerios, aunque la traducción no es muy feliz.

Los comisariados del pueblo eran de tres tipos: el comisariado a escala de Unión; los comisariados unificados, que tenían uno central emplazado en Moscú que coordinaba otros tantos creados en otras ciudades de la URSS que fuesen capitales de cada república. Y los comisariados de república, que teóricamente eran autónomos a la hora de desplegar sus políticas en su ámbito territorial. La Constitución de 1924 había definido cuatro comisariados de Unión o ministerios: Asuntos Exteriores, Asuntos Militares y Navales, Comercio Exterior, Transporte, y Correos y Telégrafos. Y los cinco unificados eran: Alimento y Provisionamientos, Trabajo, Finanzas, Inspección de obreros y agricultores, y un Consejo Supremo Económico. Además, durante la revolución cultural se crearon un montón de agencias estatales de esto y aquello, todas ellas controladas desde el conveniente comité del Comité Central; pues era éste, es decir el Partido, el que al fin y a la postre tomaba las decisiones. Sólo el Consejo Supremo de Economía tenía 35 organizaciones sectoriales a su cargo.

El proceso de híper inflación de órganos centrales se hizo en contra de la existencia de órganos en las repúblicas con autonomía de acción. En 1930, por ejemplo, todos los comisariados de república en materia de asuntos internos (control policial) fueron abolidos: la seguridad pública e ideológica pasó a ser cuestión de Moscú. En 1933, se estableció la figura de una especie de Fiscal General de la URSS, que fue dotado de poderes en toda la Unión. Los comisariados de república dedicados a la agricultura fueron puestos todos en dependencia del comisariado central, de una forma, además, muy comunista. Por ejemplo: Ucrania, que producía el 80% del azúcar que producía la Unión, no tenía ni voz, ni voto, ni siquiera un sitio para sentarse a hacer sus necesidades en el comisariado central dedicado a tan dulce asunto. Mykola Olevsiyovitch Skrypnik, el líder ucraniano, amigo de Lenin y fundador de la república comunista ucraniana, habría de quejarse amargamente en Moscú en 1928, cuando una ley declaró todas las tierras ucranianas propiedad de la Unión y no de la república.

En el XVI Congreso del PCUS, verano de 1930, Stalin trató de cerrar aquella hemorragia con una frase que sería multirrepetida desde entonces, según la cual las diferentes culturas en el seno de la URSS debían ser “nacionales en las formas, pero socialistas en el fondo”. Aquello no fue más que un fistro para justificar la radical centralización decretada por el secretario general. No sólo eso, sino que con la centralización fue llegando la rusificación; un proceso que tiene mucho que ver con el memorial de agravios que hoy todavía existe en el ámbito de la extinta URSS. En 1930, un joven historiador ucraniano, Martvy Yavorski, fue expulsado del Partido y exiliado a Siberia por sostener en sus escritos que la Historia de los territorios de la URSS no era rusocéntrica. Skrypnik, por su parte, habría promovido, como comisario de Educación, una ortografía unificada para las dos ucranias, la oriental y la occidental; trabajo en el que la inmensa mayoría de los topónimos fueron occidentalizados para alejarlos del ruso. Este trabajo fue considerado como “nacionalismo ortográfico” y provocó su suicidio antes de que llegase la hostia.

A mediados de 1931, en todo caso, Stalin tuvo que enfrentarse a un problema: su planificación económica, que básicamente había consistido en cargarse la NEP y sustituirla por la planificación centralizada quinquenal, había prometido una mejora de los estándares de vida que no se había producido. De una forma cuando menos parcialmente acertada, el secretario general culpó de este hecho al planteamiento de la izquierda bolchevique. En una reunión con responsables de factorías, en junio de 1931, Stalin argumentó contra el egalitarismo salarial estricto de los comunistas podemitas, que, la verdad, no hacían sino aplicar el catón de Don Carlos y el Fede. Evidentemente, el líder del PCUS no estaba en condiciones de poner las cosas adecuadamente en su sitio y, consecuentemente, pagar a cada uno de acuerdo con su valía y talento (aunque, esto es un inciso, siempre he encontrado que esta solución es radicalmente marxista: a cada mochuelo, su plusvalía); así que se quedó en una especie de no man's land, arremetiendo contra el egalitarismo a tope y propugnando unos salarios que fuesen lo suficientemente atractivos como para que los obreros permaneciesen en sus puestos y no renunciasen a seguir trabajando donde el Estado los quería. Porque sí, a principios de los años treinta, los obreros fabriles soviéticos eran bastante libres de permanecer, o no, en las grises ciudades industriales de mierda donde vivían, o marcharse a otra a probar suerte. Con el tiempo, ya lo veremos, Stalin resolvió este sudoku metiendo preso a medio país y obligándolo a trabajar en las fábricas como parte de sus condenas.

En su espich de 1931, de forma como digo para mí teóricamente bastante acertada, Stalin defendió la idea de que Marx y Engels siempre habían defendido que obreros cualificados y lerdos deberían cobrar distinto; aunque, eso sí, dijo que esa teoría sólo podía funcionar en un sistema socialista. Esto suponía dar un giro importantísimo respecto del leninismo: bajo Stalin, las diferencias cuantitativas y cualitativas en materia laboral habían pasado a ser socialistas. Con seguridad, cuando pronunció estas palabras, Stalin ya tenía en la cabeza introducir, cosa que hizo en 1932, el proceso de pago por pieza o, si se prefiere, pago por destajo, que está en el origen de ese fenómeno llamado estajanovismo. La reforma de 1932, de hecho, amplió de 2 a 3,7, el multiplicador existente en la escala salarial entre el trabajador peor y mejor pagado (más información sobre el estajanovismo en planta cuarta).

En 1931, por otra parte, se produjo otro fenómeno que es, también, de mucho interés: la elevación de la figura de Stalin.

Como ya os he dicho, en la política llevaba a cabo en la segunda mitad de los veinte había una contradicción intrínseca: cargarse la NEP, primero en la vía de los hechos, después ya en una vía más formal, era hacer algo así como antileninismo, aunque yo creo que sería más propio hablar de aleninismo. La necesidad de cerrar este hipotético butrón, por el que siempre se podía colar un movimiento opositor nuevo o viejo, unido a la natural tendencia del comunismo hacia la sacralización de sus líderes, llevó a Stalin a impulsar todo un proceso para excitar la idea de que en la construcción de la URSS sólo había habido dos personajes absolutamente compenetrados: Lenin y Stalin.

En otro punto de estas notas veremos que fue precisamente en estos años, a principios de la cuarta década del siglo, cuando Stalin comenzó a preocuparse por ser un sólido teórico marxista. Ese proceso estaba íntimamente ligado al que aquí os describo. Pero éste no era un proceso de ideas, sino que era un proceso de propaganda; era un proceso de revisar la Historia reciente de la URSS para escribirla en las condiciones que Stalin quería. Sin embargo, en 1931 todavía era pronto; en ese momento, Stalin todavía sentía la necesidad de situarse en ese punto retórico en el que se colocan los Papas cuando dicen que son el primer y más pobre siervo de Dios y todas esas zarandajas. De agosto de 1931 es una carta, que se conserva en los archivos de Stalin, en la que el periodista Yemelian Milhailovitch Yarovslavsky le comenta que quiere escribir una biografía suya e, incluso, le dice que se lo ha comentado a Sergo Ordzhonikidze y éste le ha dicho que es una gran idea. Pero Stalin rechaza la idea. Todavía temía que lo llamasen su estalinidad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario